El Beato de Tábara ha llegado hasta nosotros mutilado. Se desconoce su historia hasta que después de las desamortizaciones del siglo XIX, pasó a pertenecer a Ramón Álvarez de la Braña, Archivero de León. Estuvo luego en la Escuela Superior de Diplomática de Madrid y en 1872 pasó al Archivo Histórico Nacional donde permanece en la actualidad, después de una profunda restauración debido al lamentable estado en que llegó.
En su colofón, ilustrado con una bellísima letra omega, se explica que Magius falleció en el monasterio de Tábara en octubre de 968 y fue enterrado allí en un sarcófago. Dejó la obra comenzada e incompleta y Emeterius, “que había sido criado por su maestro Magius”, fue llamado para acabarla en el año 970. Emeterius se refiere también a él como “muy distinguido maestro pintor”, un adjetivo sin parangón en la retórica de los manuscritos, según Williams.
Sabemos que intervinieron también como escribas Monnius y Senior, este último colaboraría con Emeterius cinco años más tarde en la elaboración del Beato de Gerona.
Pese a lo deteriorado de su estado conserva doce ilustraciones, algunas salvajemente recortadas, que son testimonio de las diversas influencias culturales del siglo X: desde el sustrato mozárabe, pasando por reminiscencias del arte bizantino, hasta el carolingio del Scriptorium de San Martin de Tours. Durante la Edad Media fue considerado como uno de los Beatos más importantes porque se hicieron varias copias en los siglos XII y XIII. Gracias a ellas podemos hacernos una idea sobre las miniaturas desaparecidas.
En el último folio aparecen el colofón y la emblemática Torre, única en el arte europeo. Podría proceder de otro ejemplar pues en su última restauración se observó que originalmente tenía un tamaño superior y una caja de escritura más alta. Además, el estado de conservación de la miniatura de la Torre era pésimo por estar recubierta de una gruesa capa de cola animal, quizá utilizada erróneamente como elemento protector o porque en determinado momento se usó como guarda de otro manuscrito.
El enigma sigue abierto, aunque no cabe duda de que salieron de las manos de los mismos pintores-copistas que el resto del códice.