John Williams nació en Memphis en 1928, fue un hispanista de reconocimiento universal por sus contribuciones a la historia del arte medieval español. Su actividad investigadora ha sido clave para el estudio de los Beatos, a los que consideraba “uno de los grandes tesoros de España”.
Fue miembro de la Academia Medieval de América, del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, y asesor especialista del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Se doctoró en Historia del Arte por la Universidad de Michigan con su tesis sobre la Biblia de San Isidoro de León del año 960 y pronto desarrolló su vocación como profesor en Historia del Arte medieval español en el prestigioso Swarthmore College.
En 1972 fue nombrado profesor de la Universidad de Pittsburgh en cuyo Departamento de Bellas Artes trabajará hasta su jubilación. Desde esta universidad, alentó un revisionismo activo de las teorías clásicas que habían dominado la historiografía del arte medieval hasta finales de los sesenta.
Las publicaciones científicas que más contribuyeron a su prestigio como hispanista se centran en los manuscritos iluminados del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana. Su principal obra fue el Corpus de Beatos Ilustrados, un estudio recopilatorio del conjunto de los Beatos conservados, considerada una referencia bibliográfica internacional.
Tras su jubilación, ya como catedrático emérito de la Universidad de Pittsburgh, no dejó de viajar a España donde sus estancias se hicieron cada vez más frecuentes y prolongadas. Visitó Tábara en numerosas ocasiones, consideraba su Scriptorium la cuna del renacimiento de los Beatos e impulsó la creación de su Centro de Interpretación. Según sus palabras, “fue en Tábara donde los Comentarios experimentaron una reforma pictórica que les aseguró una segunda vida y ofreció a la posteridad un esplendido nuevo capitulo en la historia de la ilustración del libro”.
Falleció en 2015. A título póstumo, ese mismo año, fue nombrado Hijo Adoptivo de Tábara y Tabares del Año como reconocimiento a su trabajo y por haber sido “el más grande embajador de Tábara en el mundo». Sus cenizas fueron depositadas en la Iglesia de Santa María de Tábara cuya plaza también lleva su nombre.