Utensilios para la copia en el Scriptorium

El término Scriptorium tiene un sentido doble: se refiere tanto a la dependencia destinada a la copia de libros, como a la caja donde se trasladan los utensilios de escritura. Puesto que no todos los monasterios tenían un Scriptorium fijo, era frecuente que el copista fuera itinerante y tuviera que desplazarse a otros centros para realizar su trabajo.

Los códices medievales requerían meses, e incluso años de trabajo para su elaboración. Tras fabricar el pergamino y una vez organizadas las páginas, comenzaba el proceso de realización de la copia: primero se escribía el texto, dejando los espacios necesarios para las letras capitulares y las ilustraciones o miniaturas, que se hacían con posterioridad para evitar que tuvieran que repetirse toda la página en caso de un fallo en la escritura.

Se escribía con una letra muy homogénea y sin signos de puntuación, lo que dificultaba su lectura. Utilizaban un cálamo de caña o plumas de ave y un cuchillo, para afilarlas, eliminar rápidamente los errores antes de que se secara la tinta, sujetar el pergamino o para señalar la línea correspondiente. Además, era obligatorio el uso de tinteros para distintos colores, que solían ser normalmente de cuerno.

Después se ilustraba la página añadiendo las letras capitulares y los dibujos explicativos, realizados por artistas especializados llamados miniaturistas. Las letras capitulares en los manuscritos medievales, de gran belleza decorativa, servían para guiar al lector marcando el inicio de una nueva sección o capítulo dentro del texto.

Las tintas eran de colores vibrantes y estaban hechas a base de pigmentos naturales, obtenidos de plantas y minerales como el minio (de ahí el término “miniado”), que se mezclaban con aglutinantes como la clara de huevo y se aplicaban con pinceles finos. La “iluminación” se realizaba añadiendo polvo o finas láminas de oro y plata.

Una vez que texto e ilustraciones estaban completos, las páginas se cosían y se encuadernaban con tapas de madera o cuero, a menudo decoradas con relieves o metales preciosos. Escribas y miniaturistas, conscientes de la importancia de su trabajo, solían firmar sus obras en los colofones.

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