La idea básica del ora et labora existía ya en el monacato visigodo y altomedieval, y una de sus tareas fundamentales era la producción de libros, indispensable para la liturgia, rezos y formación de los monjes, por lo que era necesario disponer de un lugar donde copiar los libros antiguos y de una biblioteca donde guardarlos.
En un sentido amplio, el Scriptorium lo configuraba tanto el local como las personas encargadas de copiar libros desarrollando todas las funciones para su producción, lo que exigía una compleja coordinación de muchas actividades.
En primer lugar, se debe transformar la piel de un animal en pergamino. Esto requiere trasquilar, raer las pieles, adobarlas, estirarlas y pulirlas. Una vez apiladas, se metían en grandes tinajas con agua y cal donde maceraban durante días. Tras esta operación se extendían y se raspaban con raederas largas y curvas, para quitarle el pelo, la grasa, los tendones y otras impurezas. Limpia la piel, se volvía a poner a remojo en agua para quitar los restos de cal.
En una segunda fase se ponía la piel a secar, tensándola en un bastidor de madera mediante cuerdas sujetas a unas clavijas ajustadas al marco, de forma que cuando se fuera encogiendo al secar, no se desgarrase. A medida que la piel se estira, se nivela la superficie con un cuchillo por ambas caras, se pule con piedra pómez y se somete a un baño en greda para desengrasarla y quitar las manchas.
Cuando la piel ya estaba seca y limpia, se cortaban las hojas del tamaño deseado y se doblaban en forma de bifolio, es decir 2 hojas, formando cuatro páginas. Unidos los cuadernos, había que planificar el espacio de cada una de las paginas para la escritura, la ornamentación, y la reserva de blancos para los márgenes e intercolumnios. Para ello, se trazaba un pautado previo que delimite la caja donde va la escritura y marque los renglones, para lo que utilizaban regla, punzón y compás.
Finalizado el trabajo, el pergamino quedaba listo para utilizarlo como soporte para la escritura y el dibujo.